Bogotá, nuestra casa de 12.000 años: conmemoramos el Día Internacional de la Arqueología redescubriendo nuestras raícesCada 28 de julio se celebra el Día Internacional de
la Arqueología, una fecha que invita a reconocer la importancia de esta
disciplina en la comprensión de la historia de la humanidad. En este contexto,
Bogotá emerge como un escenario privilegiado y revelador: bajo sus calles,
parques y edificaciones yacen capas de memoria que dan testimonio de una
ocupación humana que se remonta, al menos, a 12.000 años. Más allá de sus
edificios modernos y su dinamismo urbano, la capital colombiana es un inmenso
sitio arqueológico donde cada hallazgo es una oportunidad para conectarnos con
nuestras raíces más profundas.
La arqueología no solo estudia los grandes acontecimientos del pasado. Se
centra en la cotidianidad: los modos de vida, las prácticas alimenticias, las
formas de organización social, las maneras de producir, de pensar y de gobernar
de las comunidades humanas a lo largo del tiempo. Lo hace a partir de vestigios
materiales –llamados artefactos arqueológicos–, de los espacios en los que se
realizaron diversas actividades humanas –rasgos arqueológicos– y de los lugares
donde estos elementos convergen –depósitos arqueológicos–. La combinación de
estos componentes configura el contexto arqueológico, y cuando se agrupan
varios de estos contextos, se habla de un sitio arqueológico, según expone
Francisco Romano Gómez, arqueólogo de la Subdirección de Gestión Territorial
del Patrimonio del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural - IDPC.
Estos sitios nos permiten reconstruir la vida
cotidiana de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos, y
entender cómo evolucionaron a través del tiempo. La arqueología, en suma, es
una herramienta para viajar en el tiempo, una ciencia que nos acerca a nuestros
antepasados y nos ayuda a entender mejor quiénes somos hoy.
Y en este viaje, Bogotá ocupa un lugar destacado. Así como
una casa guarda recuerdos, objetos y emociones de quienes la habitan, la ciudad
también conserva las huellas de centenares de generaciones que hicieron de este
territorio su hogar. “Vivimos en los mismos espacios donde habitaron los
abuelos de los abuelos de nuestros tatarabuelos y muchas otras personas aún más
lejanas en el tiempo. Cada rincón de la ciudad contiene sabidurías,
experiencias y conocimientos transmitidos y transformados a lo largo de milenios”,
señaló Leonardo Lizcano Serna, arqueólogo de la Subdirección de Gestión
Territorial del Patrimonio del IDPC.
Uno de los aspectos más significativos de la ocupación antigua del territorio
bogotano es la relación íntima entre los primeros asentamientos humanos y los
cuerpos de agua. Ríos, quebradas y humedales no solo fueron fuente de vida,
sino también eje organizador del espacio y de las formas de habitar. Un ejemplo
notable es el extenso sistema de canales y camellones prehispánicos que cubrió
más de 25.000 hectáreas y fue utilizado para controlar las subidas y bajadas
del río Bogotá y de afluentes como el río Tunjuelito. Este sistema demuestra
una comprensión profunda del medio ambiente y una capacidad técnica que todavía
asombra, y sus huellas aún pueden verse en localidades como Suba, Bosa,
Tunjuelito y el vecino municipio de Soacha.
En tiempos recientes, diversos hallazgos han dado nueva luz
a este pasado milenario. Uno de los más importantes fue el hallazgo, en las
cercanías del portal de TransMilenio de Usme, de un depósito arqueológico con
restos de más de 500 individuos humanos enterrados entre el año 1200 y 1600
antes del presente. Este hallazgo, realizado durante las obras de ampliación de
la troncal sur, representa una de las evidencias más impactantes de prácticas
funerarias antiguas en la región.
Otro ejemplo revelador es la historia del Hospital San Juan de Dios, cuya evolución arquitectónica responde
también a la necesidad de gestionar el recurso hídrico de manera eficiente para
garantizar condiciones de salubridad en el cuidado de los enfermos durante los
siglos pasados. Aquí, la arqueología dialoga con la historia urbana reciente,
mostrando cómo el agua ha sido un eje central de la vida bogotana, desde
tiempos ancestrales hasta nuestros días.  La conservación de estos vestigios no se limita a su
registro o documentación. También implica integrarlos en la vida contemporánea
de la ciudad. Un ejemplo inspirador de este enfoque es el Parque Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme,
un espacio que conjuga la memoria ancestral, la historia colonial y la
presencia campesina contemporánea. Ubicado entre dos quebradas que desembocan
en el río Tunjuelito, este parque alberga un importante sitio arqueológico
donde vivió de manera permanente una comunidad prehispánica hace
aproximadamente 1800 años. Además, resguarda los restos de la antigua Hacienda
El Carmen y evidencia las transformaciones del paisaje realizadas por
comunidades rurales actuales. Este lugar permite analizar cómo el paisaje es más que un
entorno físico: es un sistema de signos, una expresión simbólica, política y
social. Cada elemento del paisaje urbano y rural tiene un significado, una
historia, una carga emocional que contribuye a la comprensión de las dinámicas
humanas, pasadas y presentes. El parque se proyecta, además, como un futuro
centro de investigación y repositorio de la cultura muisca y campesina,
fomentando el estudio y la reflexión desde la singularidad de su ubicación en
el borde urbano-rural de la ciudad. “El paisaje es parte de la vida humana y a
la vez, un mapa ancestral que se ha construido de manera significativa. Es un
espacio dinámico que transforma y conecta lo físico, lo social, lo político, lo
simbólico y se manifiesta en el territorio como una evidencia cultural”, anota
por su parte, Ana María Carrascal Arqueóloga e investigadora del Parque
Arqueológico y del Patrimonio Cultural de Usme del IDPC. Cada hallazgo arqueológico en Bogotá reafirma su condición
de casa milenaria, tejida por generaciones que dejaron huellas en el suelo, en
el agua, en las formas de construir y convivir. Cuidar este patrimonio no es
solo una labor de conservación: es un acto de reconocimiento, de valoración de
nuestra historia compartida y de proyección hacia el futuro. Incorporar la
memoria arqueológica en nuestra vida cotidiana fortalece nuestra identidad y
nuestro sentido de pertenencia. Este 28 de julio, Día Internacional de
la Arqueología, es una invitación a mirar el suelo que pisamos con otros
ojos. A preguntarnos qué historia oculta, qué secretos guarda, y qué tanto de
ese pasado sigue vivo en nosotros. Desde el IDPC celebramos, entonces, la
oportunidad de habitar una ciudad tan rica en memoria, tan profunda en historia
y tan vasta en posibilidades de comprensión. Celebramos a Bogotá, nuestra casa
de los 12.000 años. |
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