Pandemia, la
causa del fin de la Golconda en la esquina de Usaquén
Uno
de sus locales tuvo que cerrar pero los otros dos siguen y esperan a sus fieles
clientes allá.
La Golconda estaba ubicada en la esquina más famosa del centro histórico de Usaquén. Tenía muchos clientes fieles.
¿Quién no se sentó en la Golconda a desayunar, a tomarse un tinto con mojicón, a comerse un helado de San Jerónimo o a almorzar en una tarde soleada de fin de semana? Pues todos esos recuerdos llegaron a la mente de varios ciudadanos que se sorprendieron cuando, tras la apertura se dieron cuenta de que el local estaba cerrado y con un aviso de ‘se arrienda’.
Esta es quizá la esquina más reconocida del centro histórico de Usaquén y, por eso, las nostalgias de tantos, y mucho más de los dueños de la tradicional panadería.
Este negocio surgió hace 52 años de la mano de los esposos Flor Alba Mayorquín y Guillermo Ramírez, una valluna y un tolimense que tenían una meta clara desde que emprendieron su sueño en una cigarrería de Ciudad Jardín del Sur. “Mi madre preparaba el manjar blanco, el pandebono valluno, y así fue creciendo el negocio hasta que se convirtió en la panadería que hoy todos conocen”, contó Liliana Ramírez Mayorquín, quien hace parte de la segunda generación familiar que asume las riendas del negocio.
La iniciativa fue tan próspera que con el tiempo se abrieron nuevas sedes, la de Santa Ana Oriental, que ya cumple 49 años, y otra sede más en la calle 134, que está allí hace 25 años. “La última filial fue la de la esquina de Usaquén. Allí, ya cumplíamos 20 años trabajando por y para la gente”.
Ha sido una familia unida que ha prosperado a pesar de la muerte temprana de don Guillermo en 1976. “Nos quedamos sin él siendo muy jóvenes . Luego yo estudié administración hotelera con mi hermano mayor y tuvimos una casa de banquetes hasta que decidí dedicarme plenamente a los negocios de la familia”, contó Liliana.
Y así, con dedicación, marcaron los recuerdos de cientos de familias que iban a comer amasijos de queso, almojábanas, pan de maíz y otros productos que se le fueron sumando a la carta. Pronto incursionaron con menús ejecutivos y saludables. La esquina de Usaquén siempre fue un espacio para desayunar y luego para irse de brunch. “Trabajamos siempre para que los menús fueran cada vez más balanceados”, contó Liliana. Había hasta pizzas y panzerottis.
Luego, a esa famosa esquina de Usaquén llegaban extranjeros y fieles ciudadanos que ya tenían este lugar incluido en su plan de fin de semana.
Pero todo lo que se forjó en esa tradicional esquina terminó, primero, por el cambio de muchas dinámicas en el centro histórico y, segundo, como estocada final, por la pandemia del covid-19. “Usaquén tuvo su época dorada cuando el mercado de las pulgas no tenía tantas restricciones, cuando funcionaban plenamente la alcaldía local y la registraduría, pero todo eso ha ido cambiando con el tiempo”, manifestó Liliana.
Luego, las largas cuarentenas que confinaron a la ciudadanía y obligaron al cierre de las oficinas y los negocios de alimentos terminaron por agudizar las dificultades.
“Durante meses no hubo turismo, no hubo oficinas, no había a quién venderle”. Y, como consecuencia de todo esto, no había cómo pagar el arriendo, una historia que han tenido que vivir miles de negociantes en diferentes sectores de la ciudad. “Dos años atrás veníamos teniendo dificultades para pagar este canon. Era muy costoso. Al comienzo, los dueños nos ayudaron, luego pues teníamos que continuar con el pago, pero ya el negocio no dio ni para pagar el 50 por ciento”.
No hubo más que hacer. No se pudo llegar a un acuerdo con los dueños y la panadería tuvo que ser retirada de la esquina donde permanecieron durante 20 años. “Lo más duro fue escuchar a nuestros clientes. Una señora y su esposo nos dijeron que ellos habían sentido mucho dolor porque todos los fines de semana iban a desayunar allá”. Eso es porque era un negocio en donde la gente se sentía en familia.
No se acaba el negocio
Lo bueno es que la Golconda no se acaba, sigue en Santa Ana y en Lisboa, donde son propietarios de un local y en el otro pudieron llegar a un acuerdo de pago con el dueño.
“En Lisboa estamos muy agradecidos con los dueños del local porque ellos nos tendieron la mano y nos dejaron de cobrar meses. De la mano luchando para salir adelante”.
Liliana cuenta que también recibieron ayuda del Gobierno Nacional en algunos meses durante el confinamiento y que espera que ese apoyo continúe mientras los negocios se estabilizan de nuevo.
Lo más duro fue pensar en que un negocio de tantos años terminara por acabarse de un momento a otro. “A los clientes les decimos que la Golconda no se ha acabado, que nos sigan apoyando en nuestros otros dos locales y que, a lo mejor, algún día volvamos a Usaquén”.
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