jueves, 20 de junio de 2019

Literatura


Una mamá creó un club de lectura para que su hija se enganchara con los libros y te cuenta cómo hace

Guadalupe Puig notó la falta de interés en la literatura de Margarita (8 años), así que desarrolló una idea y todo salió mejor de lo que esperaba.

31 May 2019 19 17050
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ATENTAS. Las chicas del club y Guadalupe. CLUB DE LECTURA DE NIÑAS CURIOSAS.-
“No tengo nada que ver con la literatura; soy arquitecta y docente en la Facultad. Pero me surgió la inquietud de cómo hacer que mi hija de 8 años se enganchara con los libros”. Así empieza Guadalupe Puig a contar cómo creó el club de lectura para Margarita y sus 11 compañeras del colegio. Ya tienen nombre, sede y una rutina: se juntan cada 15 días, intercambian libros, convocan invitados especiales y hasta visitan librerías. Hoy, esas pequeñas que van a tercer grado leen dos libros por semana. Misión cumplida.
“Con cero tiempo dije ‘me largo. Veo quién se prende al anzuelo’. Es que siempre las mamás estamos agotadas y sumarles una actividad más... El mensaje fue que ponía la casa, que las trajeran y que yo me ocupaba de todo, dos sábados al mes”, comenta Guadalupe. Así fue como el 6 de abril comenzaron las actividades, que no han parado hasta hoy.
¿Cómo hizo? Primero decidió plantearlo en el grupo con el que tiene afinidad, porque sería más fácil, dada la confianza y el hecho de que ya todas se conocen mucho. Después definió que fueran dos veces al mes, los sábados, de 17 a 19. Eligió diferentes temáticas para tratar en cada encuentro, como cuentos, fábulas, poesía... hasta una excursión (fueron a Libro de Oro) y un invitado que tuviera alguna relación con lo que leen. El objetivo era que el contenido fuera dinámico, con actividades para niñas de ocho años, pero también incorporar estímulos diferentes de esos a los que su hija y sus amigas estaban acostumbradas, y ganarles de esa manera a las pantallas.
“A esa edad muchas veces la lectura las aburre, y hasta las cansa, porque no están acostumbradas. Sin embargo quedaron fascinadas, ellas y también las madres”, relata. Luego apunta que si uno estimula, piensa y propone un programa realizado con amor y con paciencia, el niño acompaña.
Para coordinar los encuentros creó un grupo de Whatsapp en el que manda una semana antes qué van a ver en el club. Una vez comenzada la clase, les cuenta a las niñas lo que harán, intercambian -por sorteo- libros para leer en casa. Y cuando termina la jornada, arma un video para compartir con las otras mamás y les cuenta su impresión de cómo resultó el encuentro.
“Trabajamos sobre una lectura ese día, por ejemplo un cuento de María Elena Walsh. Les cuento quién fue la autora, de forma divertida y breve. Si hay audio, lo escuchamos. Después damos una pequeña ficha literaria, con la editorial, el nombre y, por último, dibujamos o actúan o cantan. Todo desde la literatura”, añade. Aún más que las niñas, Guadalupe se siente feliz. Logró que muchas de ellas se vayan a dormir con un libro. Eso sí: remarca que no piensa restringir la tecnología a sus tres hijas; serán ellas las que elijan.
Esta historia tiene un objetivo: ser como un manual para que esta historia se replique, entre madres, padres y niños de todas las edades. Es que la infancia -Guadalupe lo sabe y está comprobado por investigaciones nacionales e internacionales- es una etapa crucial para adquirir el hábito de la lectura. Les servirá para desarrollar su lenguaje, para construir su propio mundo.
“Tendemos al facilismo, a prenderles la tele, a que no ‘molesten’. Subestimamos a nuestros niños. Y también somos responsables de eso. Hay que ponerse las pilas y reaccionar. No todo es culpa del medio. Yo me canso de quejarme de todo. Esta vez decidí hacer algo”, reflexiona “Guada”.
-Durante una visita a una librería de barrio Norte. club de lectura de niñas curiosas.-
Piezas que ayudan a los chicos a pensar
Cuando llegan al jardín de infantes, los chicos a quienes les leyeron un libro por día conocen un millón y medio de palabras más que aquellos a los que nunca les han leído. Este dato surge de un estudio de la investigadora Jessica Logan, de la Universidad de Ohio State. De ahí se concluye que las palabras funcionan como “piezas para poder pensar”, y que su cantidad es fundamental en cuanto a la riqueza y a las posibilidades que aportan. Con esa premisa, Melina Furman, doctora en Educación de Columbia University e investigadora del Conicet, busca -ya con resultados- cómo potenciar el pensamiento crítico y curioso desde el jardín de infantes.
De acuerdo con los registros de Book Depository, una tienda de venta online con sede en Inglaterra y con un catálogo de 20 millones de libros, la literatura infantil representa un 15% de las ventas a nuestro país, por encima de la ficción para adultos (11%). El dato sirve como estímulo para revalorizar los beneficios de la lectura infantil en una época en la que el ritual de disfrutar de las palabras en las páginas y en las pantallas compite (en el mejor de los casos en forma compatible; la mayoría de las veces, amenazante) con redes sociales, videos online y videojuegos. El desafío pasa por integrar la lectura en los chicos y en la familia en el ritmo, los formatos y las necesidades de la vida moderna.
“La lectura es una de las vías más fructíferas para trabajar la ‘inteligencia intrapersonal’ (vinculada con el autoconocimiento y la capacidad de construir un proyecto de vida propio) y la ‘inteligencia interpersonal’ (la capacidad de establecer vínculos positivos con otros). En las investigaciones en educación se acepta la existencia de inteligencias múltiples (repertorio de capacidades); la inteligencia no se considera algo acotado a lo lógico matemático o lo verbal que se mide con el test del coeficiente intelectual (IQ). Se trata de la posibilidad de hacer algo con sentido y valor. Y leer ayuda a pensar cada vez mejor, a mirar cuestiones complejas desde muchos puntos de vista y a desarrollar empatía”, señala Furman.
“Es importante que el hábito de la lectura se genere desde el disfrute y no desde el mandato” destaca.

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