lunes, 3 de abril de 2017





“¡Ustedes están acabando con todo!”: mamo Félix




Descendí de una camioneta en Calabazo, un pueblito de esos de carretera, de pocas casas de techos oxidados, de tiendas abarrotadas y de vallenato ubicuo y ensordecedor. Dos cervezas para calmar la sed, y luego a treparse a otra camioneta, “más fuertecita”, como explicó el conductor. Esta me condujo a brincos por una trocha entre matorrales y barrancos, y por el olor siempre seductor de la vegetación cuando está húmeda. Pronto el camino superó la fuerza de la Toyota, y mi equipaje pasó en pocos minutos del vehículo al lomo de una mula, y yo, de la silla de cuero cuarteado y el chorro de aire acondicionado a respirar aire caliente y poner los pies en la tierra. En la tierra naranja, blanda y hermosa de la Sierra Nevada de Santa Marta. Por esa tierra, ascendiendo y descendiendo bajo el follaje de los árboles de un Parque Tayrona vacío (los indígenas lo habían cerrado a los turistas para protestar contra el gobierno), caminé hace pocas semanas. La mula flaca cargada de morrales me seguía tambaleante, mientras a mi lado caminaban el viceministro del Interior y un escuadrón de expertos de su despacho, así como una camarógrafa de VICE Colombia. Por primera vez en muchos años (algunos en el grupo hablaban de décadas, pero no tenían certeza), los mamos de la Sierra se habían reunido. Celebraban su reencuentro en Pueblito, un lugar sagrado para los cuatro pueblos de la región, que suele ser a diario el centro de exhibición de los kogi para las masas de turistas que colman la Sierra la mayor parte del año. Ese día, sin embargo, Pueblito hospedaba solamente a los sabios indígenas de la zona. La mayoría de ellos había debido caminar varios días desde sus cabildos para llegar a la reunión y en el camino, liderados por los más viejos (octogenarios que recorren la selva descalzos a velocidades insospechadas), habían comenzado ya a prepararse para la cita: a retribuir el daño que su desplazamiento por la Sierra le hacía al ecosistema o, para ponerlo en sus propias palabras, a hacerle “pagamentos” a la Madre Naturaleza. No todos los rastros de esos rituales fueron visibles durante mi caminata, puesto que a estos pertenecen horas de meditación, el mambeo sincronizado con el ritmo del poporeo, así como la contemplación de ríos, lagunas, cerros, aves, monos, serpientes y otros animales que van hallando en el camino. Pero una que otra huella quedó. A medida que me acercaba a Pueblito, empecé a ver hogueras que se extinguían y a oler los últimos restos de las hojas de coca calcinadas. Pagamentos recién terminados, a pocos cientos de metros de la reunión.

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