sábado, 21 de abril de 2018



Fotografía: Agnieszka Rzymek
Fotografía: Agnieszka Rzymek
EL DILEMA DE SER ARTISTA EN COLOMBIA
por Ivonne Caicedo Ramos
Icara Mundos, Letras
icara1994@gmail.com / Facebook: Icara Mundos
Abril, 2018

El arte es ante todo un territorio de conocimiento, un lugar desde cual, el ser, sin otra finalidad que la expresión de su propia naturaleza, se descubre, se emancipa de su temor y detenta a través de su voz el poder que posee como propio de su condición humana. El arte, sus prácticas y por ende sus pedagogías no son, no pueden ser, la reproducción superficial de unas formas de expresión en busca de un acto de validación o un distractor de conciencias. No son, ni podemos permitirnos que sean, un acto de entretenimiento. El arte es ante todo transformación de sujetos y realidades, es un espacio de conflicto entre lo que la jerarquía social nos hace creer que somos, lo que somos en realidad y aquello a lo que aspiramos, en lo que queremos convertirnos. Es el espacio utópico. De su estremecedor útero se desprenden las fuerzas primordiales que nos devuelven el rostro de lo humano; nuestro verdadero rostro como especie. El arte  es un camino de retorno a la esperanza y nosotros, especialmente, estamos hoy muy urgidos de esperanza. 

El ejercicio entonces es, revisar el lugar de nosotros como artistas, nuestra realidad como sujeto creador y desde allí la importancia de revisar la manera como ejercemos el poder de transformación que nos otorga el lugar que ocupamos en ese camino de propiciación, protagonismo  y testimonio de la historia como una transformación constante que logra estructurar cultura. El arte vela por el cuidado y ampliación de la memoria social siendo un aliado  con el que  puede contar la humanidad en todo momento, siempre y cuando las condiciones del artista para crear un pensamiento estructurado lo permitan.  Es muy claro como la academia se presta a la instrumentalización que deforma e inhibe el derecho al autodidactismo como proceso de búsqueda y construcción de conocimiento, implantando el canon y el seguimiento del método como único camino. El aprendiz de arte acorralado entre el rechazo familiar y social y la dictadura académica termina por ceder asumiéndose como un trabajador más con desventajas en el campo laboral, pero con la esperanza de lograr ser reconocido. En esa confusión  cae en el juego en que ha sido metido sin darse cuenta, sustituyendo su genuina búsqueda de artista posible, para entregarse a la seducción de la  fama y lo que es peor a la corrupción. 

Todo proviene de una misma fuente, los sistemas de poder. Estos  ven en el arte dos grandes posibilidades: una, la de ser un territorio de peligro por generar inquietud, duda y un sentido de abordar la realidad de manera crítica, donde la expresión de puntos de vista relativizan las verdades institucionales que se quieren implantar. En este caso, la persecución se da debilitando espacios y negando la acción de los creadores como algo valioso realmente. Las políticas culturales se convierten en diezmos anestésicos que distraen y justifican la falta verdadera de interés en permitir procesos a largo plazo donde la cultura se fortalezca asociada a la vida. De otro lado, lo ve como un utensilio para banalizar los valores sociales  y la cultura, por lo que se implantan políticas que tratan de convertir el arte en una artesanía para decorar el ego de los arribistas. Lo más perverso es que logran contaminar el pensamiento de creadores que empiezan a ver en la alianza con los políticos y no con la política ni el pensamiento político, la opción para salir de la condición de austeridad. A lo largo y ancho de la historia, varios monarcas han mantenido a grandes artistas llenando sus palacios de obras pictóricas y conciertos por ejemplo. Pero así mismo varios artistas usaron esta posición para expresarse como quisieron dejando a la humanidad un legado importante,  su pensamiento y su obra. Es tan impactante el trabajo del artista que puede crear conciencia hacia la libertad o afianzar poderes y valores nefastos en la gente.

Ahora bien volviendo a Colombia y a nuestro rol de artistas, hay un panorama bastante lamentable. No es nuevo ver  compañías e individuos, dedicados al arte, divertir a quienes los desprecian, leer poemas al oído de las esposas de los tiranos, vender decisiones a cambio de obtener beneficios de fama, enriquecimiento vertiginoso y un reconocimiento en el consumo publicitario. En Colombia esta práctica no solo se ha dado con sectores del poder político tradicional, sino con sectores que han generado y mantenido la violencia en el país, esa misma violencia que toman como tema de tantas obras artísticas por la cuales cobran boletas de alto precio en teatro distinguidos de élite, en producciones discográficas y en performance alternativos. El artista hoy, en Colombia tiene en sus manos una decisión importante, atender a su propósito de ser transformador, rompiendo los cánones para no ser obrero del arte o por lo menos trabajar en grados de innovación que dinamicen la cultura, o convertirse en un instrumento de poder que le permita ser aplaudido pero no reconocido y que empuje al país al abismo de la ignorancia.

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